Dinamarca humilla a Alemania en una final olímpica surrealista (39-26)
Fue la victoria más abultada en una final masculina de balonmano desde que la extinta Unión Soviética venció a Corea del Sur por siete de diferencia en la edición de 1988.
Con una actuación de cuento de hadas, Dinamarca se impuso en la final olímpica a Alemania con unos números surrealistas de 39-26 tras el 21-12 del descanso. Es la segunda vez que los escandinavos ganan el torneo más prestigioso.
El encuentro sirvió también para dar forma a una perfecta despedida para Mikkel Hansen, icono del balonmano y modelo para miles de niños, que jugó el último partido de su carrera y vivió una experiencia que probablemente nunca olvidará.
El hecho de que la única contribución de Hansen en la primera parte fuera un gol de penalti, y que su equipo siguiera siendo aplastantemente superior, no hace sino demostrar que deja atrás una selección nacional en plena forma.
La clase mundial de Simon Pytlick y Mathias Gidsel ha hecho innecesario al legendario jugador de Elsinor. Y con 11 tantos en la final, Gidsel batió el récord del propio Hansen en un torneo olímpico. Así se ha producido el relevo generacional perfecto.
Hay que escarbar muy hondo en la memoria para encontrar un partido internacional danés con un juego de ataque más sublime que el que ofrecieron los hombres de Nikolaj Jacobsen antes del descanso.
Homenajes incluidos
Tras pasar apuros en cuartos y, sobre todo en semifinales, los daneses olvidaron la presión y ejecutaron sistemas de ataque casi a la perfección. Se habían jugado 22 minutos cuando ya ganaban 19-9, un resultado más propio de una fase de grupos.
Niklas Landin no necesitó hacer milagros en su 283º y último envite con la selección. El hermano pequeño Magnus, en cambio, aprovechó la oportunidad para jugar uno de los mejores partidos internacionales de su carrera.
A los seis minutos de la segunda parte, el seleccionador alemán había agotado sus tiempos muertos. El experimentado islandés nunca encontró el contragolpe que permitiera a sus hombres resguardarse de la tormenta.
Fue casi una pena para los numerosos espectadores franceses, que no pudieron disfrutar de una final emocionante, aunque al menos pudieron cantar la Marsellesa tan fuerte que resonó bajo el techo del estadio cubierto de Lille.
El seleccionador nacional, Nikolaj Jacobsen, que no es conocido por ser un tipo sentimental, sacó a Landin hacia el final para que los miles de aficionados pudieran aplaudirle de camino al banquillo.
Y Mikkel Hansen tuvo sus últimos minutos de balonmano como director de juego de un equipo en plena euforia. No podría haber soñado con una despedida mejor.