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Fernando Valenzuela: el adiós de una leyenda que alivió a una generación de mexicanos

Francisco Espinosa García
Fernando Valenzuela, con su mítico 34 de los Dodgers
Fernando Valenzuela, con su mítico 34 de los DodgersRonald MARTÍNEZ / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / AFP
El mítico beisbolista sonorense Fernando Valenzuela murió el martes 22 de octubre. Su historia y legado, en ambos lados de la frontera, traspasó los límites del deporte

El mexicano de los 80 sufrió el nepotismo y la corrupción del presidente José Luis López Portillo, padeció un lapidario terremoto que cimbró a la capital del país y fue testigo de un descarado fraude electoral contra un candidato que representaba la esperanza de un cambio rotundo. 

En ese contexto adverso y complicado, fue el deporte el refugio en el que los mexicanos se arroparon. Pero más allá de la icónica Copa del Mundo de México 1986 que encumbró a Diego Armando Maradona en la eternidad, los mexicanos tuvieron tres próceres que los emocionaron, hicieron llorar y los hicieron sentir orgullosos de su idiosincrasia: Julio César Chávez, Hugo Sánchez y Fernando Valenzuela

Y aunque los tres son respetados, venerados y amados por igual en México, la historia de Fernando trascendió los límites deportivos y del béisbol en un lugar y un contexto que lo encumbró como un símbolo social. Y, por esa relevancia, que nunca perdió y que desde entonces está vigente, la noticia de su muerte a los 63 años cimbró al país que sufrió la dolorosa partida de alguien que lo hizo feliz. 

Fernando Valenzuela fue el menor de 12 hijos del matrimonio formado por los campesinos Avelino Valenzuela y Hermenegilda Anguamea en el ostracismo de un olvidado rincón de Sonora, México, que unos años después iba a ser pronunciado por todos los periodistas del país y de Estados Unidos. Etchohuaquila, un pueblo agricultor que en 2010 tenía 738 habitantes, vio nacer a Fernando el 1 de noviembre de 1960 y lanzar su primera bola de béisbol a los 13 años, mientras acompañaba a sus hermanos mayores a jugar.

Con un talento natural, de esos que nacen a cuentagotas y cada cierto tiempo, Fernando comenzó a destacar en distintas posiciones dentro del diamante, hasta que un día encontró en La Lomita su lugar en el mundo. Su nivel y su manera de lanzar mirando al cielo antes de que la bola saliera de su poderosa mano izquierda fue su pasaporte en plena adolescencia al béisbol profesional mexicano, donde sería descubierto a los 18 años por el visor cubanoestadounidense de los Dodgers de Los Ángeles Mike Brito. 

La ‘Fernandomanía’

Fernando Valenzuela firmó su primer contrato con el cuadro angelino en 1979 e inmediatamente fue destinado a ligas menores para completar su formación y pulir las altas expectativas que había sobre él. Fue allí donde conoció a Roberto ‘Babbo’ Castillo, un lanzador mexicoestadounidense, que le enseñó el complicado ‘screwball’, un lanzamiento en el que se dobla el brazo contrario a la lógica y que es mal visto por las supuestas lesiones en el codo que provoca. 

Pero Fernando, que se había curtido en la miseria y la desesperanza, tomó al cuestionado lanzamiento y lo hizo la marca registrada con la que se convertiría en, sin la menor duda, como el mejor beisbolista mexicano en la historia y uno de los lanzadores más dominantes que las Grandes Ligas habían visto hasta entonces. 

A principios de 1980, Fernando fue llamado por los Dodgers como relevista en 10 juegos, con una marca de dos victorias y un salvamento. A pesar de que los números lucían exponencialmente prometedores, nadie en la organización, en Estados Unidos o en México, estaba listo para lo que el sonorense, con tan sólo 20 años, estaba a punto de provocar. 

Para el inicio de la temporada de 1981, el mánager de los Dodgers, Tommy Lasorda, tenía graves problemas debido a las lesiones con sus abridores, por lo que llamó al sonorense para ser el lanzador abridor del tercer juego de la campaña. Sin embargo, el destino ya estaba escrito para Fernando. 

El 9 de abril de 1981, previo al primer juego de la temporada, el abridor Jerry Reuss se lesionó la pantorrilla. Desesperado, Lasorda le informó a Fernando, minutos antes del cotejo que abriría el partido inaugural. A la mitad del encuentro, todo el estadio rumoraba sobre quién era ese lanzador que estaba dominando las acciones desde la lomita del lanzamiento y que lo haría hasta el final del partido sin recibir carrera alguna de los Houston Astros. 

Al día siguiente, toda la ciudad y las Grandes Ligas sabían de memoria el nombre de Fernando Valenzuela, quien de inmediato se convirtió en un ídolo de la comunidad latina en Los Ángeles y de Estados Unidos, sin importar si eran fanáticos del béisbol. De pronto, ese mexicano fornido de 1,80 metros se convirtió en el símbolo que necesitaban para validarse en un país que muchas veces les era adverso. 

Esa temporada sería recordada para siempre por la ‘Fernandomanía’, que asaltó sin aviso la atención nacional de Estados Unidos. Fernando lograría algo inaudito al ser condecorado como novato del año con el trofeo Cy Young, al ganar la Serie Mundial frente a los New York Yankees, serie que se repetirá este año y en la que se homenajeará al sonorense. 

Un legado eterno

‘El Toro’, apodo con el que se le conocería gracias a una encuesta realizada por el diario angelino Herald Examiner, cautivó la atención mexicana de los años 80. Junto a los partidos del Real Madrid con Hugo Sánchez a la cabeza y a las peleas emblemáticas y llenas de pundonor de Julio César Chávez, los partidos de Fernando paralizaban al país por radio o por televisión. 

En la estadística quedarán sus grandes actuaciones, sus seis participaciones en el All Star de las Grandes Ligas, sus dos Series Mundiales ganadas, su juego sin hit y sin carrera en 1990 y las 11 temporadas que jugó con los Dodgers.

Sin embargo, en la memoria colectiva de quienes lo quisieron y adoraron por la persona que fue, quedará para siempre su humildad y aporte a una comunidad necesitada de un soporte de su altura. Su legado es tal que en Los Ángeles quedó establecido el 11 de agosto como el ‘Día de Fernando Valenzuela’, los Dodgers retiraron para siempre el 34 que siempre utilizó y el expresidente Barack Obama lo nombró embajador presidencial para la ciudadanía y naturalización. 

Su partida marca el adiós de una leyenda que le hizo sentir a sus paisanos, en ambos lados de la frontera, que podía cargar con todo el peso de sus frustraciones en sus espaldas. Su existencia siempre estará ligada a una década en la que los mexicanos lo mencionaban con su nombre de pila junto a Julio César y Hugo, para agradecerles por ser parte de los suyos y de sus hazañas, esas que le dieron alivio en un momento de desesperanza. No hay mejor legado que ese.