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Javier Aguirre ante el reto más grande de su vida: refundar a la selección de México

Francisco Espinosa García
Javier Aguirre
Javier Aguirre Photo by Manuel Velasquez / Getty Images South America / Getty Images via AFP
En la previa al partido frente al Valencia de España, Javier Aguirre rememoró aquellos días como entrenador en La Liga y dejó comentarios ocurrentes que provocaron las risas de periodista, antes de volverse virales en redes sociales. Además, consciente del malestar de la gente, dijo confiar que México tendría apoyo en las gradas en su vuelta a suelo nacional.

Y aunque Javier pudo ver una cierta respuesta de la gente, que no dejó vacío como se temía el estadio Cuauhtémoc de Puebla –gracias a las promociones y dinámicas para que la gente se animara a ir—, su estado jocoso de ánimo se esfumó al finalizar el partido frente al cuadro Che, mientras la gente abucheaba al unísono a su cuadro representativo.

Hay pocas cosas que le molestan al Vasco Aguirre dentro del fútbol. El técnico mexicano puede aceptar una derrota. Viejo lobo de mar, con una larga trayectoria, sabe que en el deporte más popular del mundo se suele perder más de lo que se gana y que, aunque cueste tiempo entenderlo, hay derrotas que sirven a largo plazo en el estado de ánimo de los futbolistas.

Es más, Aguirre puede tolerar que su equipo sea superado futbolísticamente por un equipo a todas luces superior y con mayor talento. Un 4-0 contundente, sin nada que objetar, puede dejarlo frustrado, pero no enfurecido. Pero lo que el técnico más importante en la historia del fútbol mexicano no acepta es que a uno de sus equipos le remonten una ventaja de dos goles y que la apatía termine por condicionar el juego.

Y eso ocurrió este sábado 12 de octubre, en una noche de frío otoñal en Puebla donde la gente vio cómo la Selección Mexicana de Fútbol mostró, como desde hace muchos años, una carente capacidad para aprovechar las oportunidades y reflejarlo en el marcador. Sin embargo, lo que más enerva a un país dolido es ver a sus futbolistas hundirse en lo anímico ante la adversidad que puede presentarse en cualquier partido.

Después de tres partidos en su tercera etapa como entrenador de la selección, Aguirre ha terminado de entender que, más allá de las carencias futbolísticas de su equipo, lleno de futbolistas con falta de roce internacional y acomodados en la reconfortante pero poco competitiva liga mexicana, hay un aspecto mental que aliviar pronto y que no había tenido en sus otras dos etapas.

Corea-Japón 2002: el hallazgo llamado Aguirre

A principios de siglo, México deambulaba en la nostalgia. Una generación que había hecho muy feliz a la gente comenzaba a avejentarse y había pocos entrenadores, por no decir casi todos, que eran incapaces de asumir el rol necesario para establecer un cambio generacional urgente; todo en medio de una eliminatoria mundialista que se complicaba.

Mientras la selección deambulaba con sus históricos de Estados Unidos 94 y Francia 98 con Enrique ‘Ojitos’ Meza en el banco, el fútbol mexicano vivía un momento de júbilo por culpa de dos equipos que cautivaban a todo el país. En el plano internacional, la incursión de Cruz Azul en la Copa Libertadores cautivó a propios y extraños con tardes memorables en un Estadio Azteca lleno hasta las lámparas. Y, en el ámbito local, un descarado Pachuca comenzaba a dejar para siempre su rol de equipo chico para establecerse como una organización protagonista. 

Al frente de ese Pachuca metedor, valiente y eficaz, estaba un Javier Aguirre cuarentón que se volvía noticia por sus mentadas de madre a los gritos, sus celebraciones de gol esplendorosas y sus camisas empapadas de sudor. Cuando los directivos entendieron que con Meza, uno de los hombres más queridos en el fútbol mexicano, la clasificación para el primer Mundial asiático corría peligro, no hubo duda alguna que el Vasco era el único con las agallas necesarias para generar un cambio sustancial en el Tri.

Los últimos partidos de México
Los últimos partidos de MéxicoFlashscore

Y Aguirre lo hizo al instante con convocatorias llenas de futbolistas de Cruz Azul y Pachuca que le dieron nuevos bríos al equipo para acompañar al talento de un esplendoroso Cuauhtémoc Blanco. En un abrir y cerrar de ojos, la preocupación se esfumó y la selección comenzó a representar bien a su gente a base de resultados, pundonor y gallardía. México clasificó al Mundial de 2002, donde quedó en primer lugar de un grupo en el que estaba Italia, antes de que el júbilo multitudinario quedara sepultado ferozmente con la derrota en octavos de final frente a Estados Unidos, probablemente el descalabro más importante en la historia del fútbol mexicano.

Sudáfrica 2010: la consolidación de Aguirre como salvador

Para la segunda década del nuevo siglo estaba claro, por más que todos los futboleros de México no quisieran aceptarlo, que las eliminatorias mundialistas en Concacaf habían dejado de ser un paseo para el cuadro azteca. Por más que Ricardo Antonio Lavolpe haya prometido y cumplido que el Tri clasificaría caminando a la Copa del Mundo de Alemania 2006, un ciclo después el cuadro azteca estaba metido otra vez en problema.

Tras confiar en que las soluciones para todos los males del fútbol mexicano estaban muy lejos de las fronteras del país, los directivos se sintieron decepcionados con el sueco Sven Goran Eriksson, quien inició con un paso muy titubeante en su camino al primer Mundial africano, justo cuando se esperaba que una nueva generación dorada descubierta cinco años antes en una Copa del Mundo sub-17 se consolidara para, de una vez por todas, México pudiera ser parte de las mejores selecciones del planeta.

Conscientes de lo mucho que se podía perder, Aguirre aceptó el llamado de los directivos y se presentó como nuevo entrenador de la selección. A diferencia de su primera etapa, esta vez el Vasco no tenía que generar un relevo generacional sino impulsar jóvenes comandados por Giovanni dos Santos o Carlos Vela, con formación y roce europeo, para conformar un equipo sólido. Tras provocar un cambio sustancial en el ánimo de los futbolistas y de la gente, Aguirre pudo hacer de México una selección valiente que asumió el peligro de quedar fuera de la máxima justa futbolística y pudo llevar a ese equipo a tierra prometida sudafricana donde sufrió más de lo previsto para clasificar en fase de grupos y luego quedó eliminado en octavos de final con la Argentina de Maradona y Messi.

Un terreno desconocido rumbo al Mundial en casa

Aguirre se ha consolidado como un bombero capaz de apagar el más feroz de los incendios. Graduado como un entrenador pragmático que salva equipos del descenso, en todos los lugares en los que ha dirigido ha sido capaz de aprovechar el hambre de sus futbolistas para revertir la situación adversa en la que estaban y despojarlos de cualquier presión para asumirla él mismo.

Esos atributos, bien ganados durante su larga trayectoria, fueron los que los directivos mexicanos fueron a buscar hace meses para ofrecerle, por tercera vez, el puesto de entrenador nacional. Sin embargo, más allá de la confianza en él mismo y su poder de palabra, el Vasco ha encontrado un suelo diferente y desconocido donde la apatía reina por encima de cualquier otra cosa. 

Sin necesidad de clasificarse a una Copa del Mundo que se jugara en parte en casa, Aguirre ha comenzado a lidiar con el enojo histórico de la gente, como nunca antes se había visto, que parte de la decepción por la falta de representación, más allá de resultados deportivos. Además, el Vasco no encuentra el pundonor de la generación del Mundial de Corea, ni las ganas de revertir el panorama con jugadores de gran talento con los que se topó rumbo a Alemania 2006.

Luego del empate final a dos goles frente al Valencia, Aguirre se fue sin dar declaraciones a la prensa. Mientras los futbolistas mexicanos decían frases hechas a los periodistas, el entrenador nacional se fue pensativo y sin ganas de decir lo que pensaba y lo que, tal vez por muchas semanas o meses, sabe que no lo dejará dormir. El Vasco sabe que está ante el reto más grande de su carrera: revivir el hambre de un equipo que parece haber perdido el deseo de jugar y ganar por su gente.