México ganó, goleó y gustó: ¿Podrá cambiar Aguirre su estilo a favor del equipo?
Hay eternos debates en la vida que provocan intensas discusiones e incluso que se separen grupos eternos de amigos; y el fútbol, dador de las emociones humanas más elementales y genuinas, no escapa de esta diatriba constante.
¿Se juega como se quiere o como se puede? Es una de las tantas preguntas alrededor de la pelota y que alimenta cientos de miles de espacios periodísticos a la hora de hablar del juego más popular del mundo. Además, la respuesta a esta cuestión ha generado, desde tiempos ancestrales una brecha ideológica entre quienes priorizan mantener el cero en portería propia contra los que prefieren atacar de manera constante con la idea de simplemente anotar un gol más que el rival.
Javier Aguirre está bien situado en uno de esos extremos. El técnico mexicano se decantó hace varios años por establecer un orden que parte de atrás hacia adelante y, quien lo contrata para llevar las riendas de su equipo, sabe que será la garra defensiva el punto de partida para ir consiguiendo los resultados anhelados.
El Vasco ha sido estigmatizado como un entrenador experto en salvar a equipos que están al borde del descenso. Entre el carácter de Aguirre, con su jocosidad capaz de desmantelar alguna presión mediática y generar de la noche a la mañana un ambiente positivo en un vestuario caído anímicamente, también existe un trabajo intenso que consiste en apretar los dientes y entrar con la vida por delante a disputar cada pelota. Se puede perder en el juego, pero nunca en intensidad y en correr: esa es la fórmula Aguirre.
Por eso, la elección de Aguirre para un tercer ciclo como técnico de la selección mexicana fue analizada como una decisión lógica de unos directivos que necesitaban apagar dos incendios que los consumían: uno deportivo con resultados y actuaciones lejanos a lo que la afición deseaba y otro existencial respecto a un modelo señalado por priorizar lo económico por encima de lo deportivo.
Sin embargo, la primera gran prueba para Aguirre desde su regreso en la eliminatoria contra Honduras por los cuartos de final de la Nations League de la Concacaf le ha dejado una duda existencial al entrenador veterano, tras una remontada contundente que colocó a México en el final four que se disputará en marzo del próximo año que, después del alivio que significó superar una dura derrota en San Pedro Sula.
El Aguirre de siempre
Para el partido de ida, México se topó con un ambiente hostil que se fue construyendo desde noviembre de 2023, cuando Honduras quedó eliminado en la cancha del Estadio Azteca. El Tri se clasificó al final four de la Nations League de la Concacaf en un partido que tuvo más de 13 minutos de reposición en el segundo tiempo, luego de que el árbitro salvadoreño Ivan Barton tomo en cuenta las innumerables ocasiones que los hondureños perdieron tiempo en el césped del coloso de Santa Úrsula. Ese contexto, que ya de por sí había provocado indignación en suelo catracho, terminó por dinamitarse cuando Barton ordenó de manera correcta que Cesar ‘Chino’ Huerta cobrara otra vez el penalti que había fallado debido a que el portero de la H se había adelantado de la línea de gol.
Sintiéndose agraviados, los hondureños aglutinaron el enojo durante un año. Y cuando el calendario los colocó en la misma instancia frente al Tri de Aguirre, la prensa y afición del país centroamericano prometió generar un ambiente de sufrimiento para cuando los mexicanos tuvieran que disputar el partido de ida en San Pedro Sula.
A la par de esa promesa cumplida, con una afición exacerbada que arrojó de todo desde la grada causando incluso que Aguirre terminara con la cara ensangrentada por un corte en su cabeza, el técnico mexicano planteó un esquema y una formación precavida como lo marca su forma de entender el juego: en suelo visitante, en una eliminatoria de 180 minutos, más valía priorizar guardar el cero en el arco propio.
El plan del Vasco no sólo no funcionó, sino que terminó siendo un desastre. México perdió 2-0 frente a un rival que aprovechó un impulso anímico que tuvo para anotar dos goles con los que su afición explotó de júbilo por vencer al arrogante enemigo poderoso de siempre. “Al Mundial no vamos, pero a México le ganamos”, es mucho más que una frase popular en suelo hondureño, sino un modo de vida de su pasión futbolística.
El Aguirre que puede (¿y debe?) ser
Con el Azteca inmerso en una profunda renovación para albergar su tercera Copa del Mundo, México eligió a Toluca, con sus más de 2,600 metros por arriba del nivel del mar, para ser la sede del partido de vuelta. Al Nemesio Diez le dicen Bombonera y para nadie en México es un secreto que su forma genera una acústica resonante que suele ser aprovecha por los Diablos Rojos del Toluca y su gente fervorosa.
Con ese marco listo a favor de México, una cosa estaba segura: la gente quería venganza, no sólo por la derrota, sino por el trato violento de la garra hondureña que terminó hiriendo al entrenador mexicano. Y aunque, por historia y por jerarquía futbolística, se podía esperar que el Tri le diera vuelta a la eliminatoria, siempre estuvo en duda si Aguirre sería capaz de salirse de su estigma y arriesgar un poco más allá de lo que entiende por disputar un partido. Para sorpresa de muchos, lo hizo.
México presentó varios cambios en la alineación, pero también en la idea de juego. En un mundo en el que dominan los extremos y los laterales que suben sin parar, el Tri carece de esas virtudes en sus futbolistas. A pesar de ello, los últimos entrenadores del seleccionado azteca se aferraron con la moda actual y plantearon constantemente un 4-3-3 que terminaba siendo monótono e insípido, pero sobre inoperante.
En una postura claramente ofensiva para tratar de remontar los dos goles de desventaja en el marcador global, Aguirre armó un medio campo de mucho toque con Alexis Gutiérrez, Alexis Vega, Carlos Rodríguez y Luis Romo que le dio una dinámica distinta aprovechando las cualidades naturales de los futbolísticas mexicanos, más poseedores de técnica que de gambeta, pero sobre todo que abasteció al gran momento que Raúl Jiménez está viviendo en Inglaterra.
Fueron los tres jugadores de Cruz Azul –el mejor equipo de la liga— los que marcaron los tiempos y Vega, que en un contexto creativo y dinámico muestra el gran futbolista que es, jugó como cuando era un niño y pateaba pelotas por diversión. Ante el bloque bajo, bajísimo de Honduras, México tuvo mucho la pelota pero, por primera vez en mucho tiempo, supo que hacer con ella.
Sin respuesta para el dinamismo del medio campo y para la jerarquía mexicana envalentonada, el Tri terminó goleando 4-0 a una pobre Honduras que sufrió rápido del miedo escénico que suele padecer en suelo azteca.
Tras la victoria y los halagos, una duda quedó en el aire. Un cuestionamiento que deberá ser respondido con el tiempo, mientras Aguirre lo consulta todos los días con la almohada y con su equipo de trabajo: ¿se puede jugar siempre así? ¿se puede priorizar pensar en construir en lugar de contener?
Entendiendo que cada partido es un contexto aparte, resulta difícil, para la gente y para la prensa, creer que no se puede consolidar la versión que México mostró en Toluca. Sí, era un rival a priori inferior y había una necesidad lógica de remontar un resultado adverso. Pero, después de tantos tropiezos y una severa duda existencial, el ver a un equipo que se alejó del afán y el enamoramiento mundial por el 4-3-3, para conformar un planteamiento provechoso para la –poca— materia prima que existe, invita a pensar que está la posibilidad de construir un estilo representativo a menos de dos años del Mundial.
El pasado viernes, el Vasco encontró al equipo, como suele decirse después de una gran actuación colectiva tras varios partidos llenos de dudas. Lo sabe el técnico mexicano que no tuvo más que halagos para sus dirigidos. Y lo sabe la gente que de cara al 2026 empieza a creer que, con lo que hay, se puede hacer algo. Que, con los nombres de siempre, porque mucho más no hay, se puede generar una forma de jugar que ilusione a un país. Un reto existencial para Aguirre que, a sus 65 años, tendrá que decidir si se queda con lo de siempre o si es capaz de reinventarse y priorizar atacar el arco rival.